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jueves, 29 de octubre de 2009

UN OFICIAL DA ÓRDENES A SOLDADOS DEL EJÉRCITO ENEMIGO Y ESTOS LAS CUMPLEN, MUY CONTENTOS, EN UNA GUERRA EXTRAÑA.

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El gudari Barandica tenía la boina calada hasta las orejas porque le había tocado la última guardia y aunque empezaba el verano, por las noches caía una marea de niebla fresca en la vega del Galindo. Barandica era un desastre para la ropa, llevaba sin lustrar las botas de cuero inglés, la camisa a medio remangar y el tres cuartos echado sobre los hombros con muy poca gracia. Barandica miraba, asombrado, a los tres hombres que se habían bajado de un coche en la entrada principal de los Altos Hornos. El que más le llamaba la atención era un cabo gastador de las Flechas Negras al que el uniforme sentaba como un guante. El gudari no había visto en toda la guerra a un soldado más elegante. El italiano saludó en tono amistoso.

-Estamos buscando al sargento Gárate.

-El sargento ha salido hace dos horas. Esta noche ha sonado un bombazo tremendo en las huertas de ahí delante y el sargento ha ido a ver qué pasa. Yo creo que no tardará mucho en volver, tiene que hacer el cambio de guardia y le estamos esperando para almorzar, así que si no le trae una cosa le traerá la otra.

Al cabo gastador le acompañan dos oficiales y un conductor que no ha salido del coche. El que lleva uniforme de teniente del ejército italiano es, en realidad, un alférez provisional que se apellida Legorburu y podría hacer un informe, detallado, sobre todos los árboles frutales que se encuentran entre Bilbao y Gallarta. El otro oficial es el capitán Aquaviva, un veterano de Abisinia que se ha tomado el encargo de ir a hablar con el enemigo como si le hubieran mandado de vacaciones.

-Soldado, dice el capitán ¿Tú crees que podemos ir a Bilbado a comer cordero con insalata, bacalado e il vino?

-Eso depende de si usted pone la comida. Si no lleva en el coche todo eso que dice lo veo difícil. Contesta, socarrón, Barandica.

Legorburu mira hacia el interior de la enorme factoría, la actividad es nula. Alguien ha cortado los cables de la grúa puente y seguramente habrá sufrido más acciones de sabotaje. Poco a poco vienen a curiosear a la entrada soldados con sueño y algunos obreros de aspecto cansado con sus buzos de color indefinido, increíblemente sucios. Legorburu se da cuenta de que donde han improvisado una garita con sacos terreros y chapas de acero es un punto desde el que no hay visibilidad hacia los lados de la fábrica.

-¿Quién ha mandado hacer ahí ese parapeto?

-Pues no tengo ni idea, mi teniente, cuando vinimos ayer ya estaba puesto.

-¿Y quién está aquí al mando, ahora?

Barandica se encogió de hombros, si no estaba el sargento era probable que hubiese algún cabo por alguna parte, incluso era posible que hubiera algún oficial súbitamente degradado al tener la sospecha de que había perdido la guerra. Allí se encontraban voluntarios de varios batallones a los que habían ordenado defender los Altos Hornos y eso estaban haciendo.

-Mi teniente, si no está el sargento supongo que soy yo el que está al mando.

Barandica intuía que aquel tipo era un peligro imprevisible, un hombre duro acostumbrado a entrar sin pestañear en la boca del lobo para romperle los dientes. No tenía la más mínima intención de llevarle la contraria, por eso se sintió aliviado cuando recibió la orden:

- Soldado, ordene que desmonten todo eso y lo coloquen aquí.

Legorburu hizo gestos como si apuntara con un arma imaginaria dando a entender que desde aquel punto se podía cubrir una zona mucho más amplia. Barandica se dirigió al grupo de soldados y trabajadores que miraban desde la puerta.

- Ya habéis oído al teniente, coger todos esos sacos y ponerlos a diez metros de la entrada.

Los soldados y los operarios hicieron una cadena humana y fueron pasando los materiales de la barricada hasta su nuevo emplazamiento. Legorburu habla con el capitán italiano y señala con el dedo.

-Aquellas higueras tendrán higos como puños dentro de tres meses. Aquí había docenas de higueras que han sido destruidas al ampliar la fábrica, también han arrancado muchos manzanos. A dos kilómetros de aquí podemos ir a encargar la cena a unos conocidos que se alegrarán de verme. Espero que a lo largo del día nos agenciemos el vino, donde vamos a ir esta tarde hay gente que suele tener en casa buenas botellas.

Los cuatro hombres están encargados de preparar la entrevista del agregado militar italiano con los que van a negociar la rendición del ejército vasco. El encuentro será en un chalé de Algorta, todo está escrito en un papel que hay que entregar al sargento Gárate para que los acompañe a reconocer el terreno. El sol ha evaporado el rocío y ha hecho desaparecer la sombras, jilgueros desperdigados vuelan a saltos en busca de comida para las crías. La mañana es hermosa y sigue la guerra que no termina nunca.

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martes, 6 de octubre de 2009

F. J AMIEBA CUENTA A JAVIER ERCILLA CÓMO HA CONOCIDO A MR. DUKE.

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No esperaba encontrar a un viejecito con gafas de montura dorada. Aguirre y tú me habíais hablado de él, así por encima, al fin y al cabo es el hombre que da el visto bueno a las facturas y es normal que tuviese curiosidad por conocerle. Lo que no esperaba es que él quisiera conocerme a mi. Estuvimos paseando tres horas por los muelles con nuestros petos reflectantes y nuestras gafas de sol. Después de lo que me había dicho Aguirre sobre Mr. Duke yo pensaba que era un jubilado en plena forma física, rodeado de guardaespaldas, y me encuentro a un hombrecillo con bastón y gafas de cura. ¿Y este es el piloto más joven que hubo en Vietnam?, fue lo primero que pensé.

Aguirre y él se lo hablaban todo y yo entendía una palabra de cada diez. Mr. Duke sabe bastante de hormigón y de refinerías, también nos dijo a qué temperatura se transporta el gas licuado y cuales son los principales países exportadores de cebada. Es imposible aburrirte con él, puede hablar de una asombrosa variedad de temas y donde tú no ves más que una interminable escombrera, él puede ver una pista de aterrizaje con hangares camuflados entre las rocas. Tuvimos un paseo agradable y llegó la hora de comer, Aguirre comentó que alguien había reservado una mesa en Ciérvana y nos fuimos allí con mi coche, solos los tres.

Durante la comida, Mr. Duke siguió tan locuaz como había estado toda la mañana. Nos contó que en su familia, cuando era niño, hablaban con frecuencia del tío Harry, al que atribuían un montón de anécdotas y en el que basaban toda clase de chistes y bromas familiares. El tío Harry había sido oficial de los confederados a las órdenes de Jackson y del mismísimo general Lee, una celebridad en Virginia que sobrevivió a la guerra y llegó a una vejez tranquila donde narraba historias que pasaron de generación en generación. Mr. Duke recordaba a su padre cuando decía:

-Y el tío Harry cabalgaba al frente de los voluntarios de Maryland, podéis verlo airoso en su caballo. El tío Harry trota por los valles, cruza los ríos, acampa en las alamedas y recorre la campiña en busca del enemigo. Porque el tío Harry es un hombre valiente ¿Y sabéis queridos niños, porqué el tío Harry perdió la guerra? Pues el tío Harry perdió la guerra porque iba por el campo muy plantado en su caballo y no tenía ni puñetera idea de lo que había detrás de la siguiente colina.

Entonces Mr.Duke se dirigió exclusivamente a mi, aunque Aguirre me hacía la traducción simultanea, por si me perdía algún detalle.

-Sr. Amieba, usted es nuestro explorador. No podemos permitirnos ignorar lo que hay a la vuelta de la esquina. Lo que está pasando en Francia es muy grave y contamos con usted para que nos lo explique. Usted es nuestros ojos en lo alto de la colina, el hombre que tiene que entender el presente para adivinar el futuro. Su trabajo es vital.

Creo que le dije que espero no defraudarle, o algo así. Mr. Duke es un hombre que aprovecha bien el tiempo, de eso no cabe la menor duda, en una mañana conoce a su jefe de exploradores y da una vuelta por uno de los terrenos con mayor valor estratégico de toda Europa. Solo Dios sabe qué estará tramando con Aguirre. El resto de la comida lo pasamos hablando de lo que considero asuntos vanales, como la diferencia entre el chacolí y el vino del Rhin. Yo seguía pensando en el tío Harry.

viernes, 2 de octubre de 2009

DE LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO. GUIONES DEL CUARTO ESCALÓN PARA SERIE DOCUMENTAL. CARPETA XXXVI. SOBRE EL NOMBRE DE CALAHORRA.

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En el lugar donde el Sidakos tributa las aguas al Gran Río, que es sitio grande de mucha llanura, con patos y con garças y con otras muchas aves. Y hay muchos barbos y nidos que son buenos de coger. Y vienen jabalines a pacer de sus aguas y a volcarse en el barro, que así lo tienen por costumbre, tanto en verano como en invierno. Donde son abundantes de ver toros salvajes y ciervos y cavallos sin amo y otras muchas bestias.

En el sitio hay familias de balseros desde todo el tiempo, que pasan los ríos a la gente de una parte a la otra y hacen pan muy bueno de comer con los mijos que allí crecen y son personas de trato y mucha conversación. Y allí nunca hay hambre porque nacen mijos muy diversos y hay dos clases de habas y bellotas y unos granos muy duros que se llaman agraçones y los comen si no hay otra cosa.

Allí se encuentran en el verano los que suben y bajan el río, tanto de una orilla como de la otra y hacen mucha fiesta y se ven las familias. Y cuando va a ser luna llena se juntan los jóvenes que han de casarse y van a unos campos que tienen y son siempre los mismos y van de una orilla y de otra y llevan mucho pan y mucha carne y mucho vino y cerveça que se lo ha de dar su rei y si no lo dan o le dan poco, dicen que es mal rei el que tienen. Y allí comen y beben y saltan hogueras y tocan timbales y sonajas y bocinas y bailan en cueros hombres y mugeres que se casan para fuera de su casa y los que se han de casar para su casa los miran y hablan mucho entre ellos.

Y esos días no pueden llevar pinchos, ni puñales, ni facas, ni varas, ni porras, ni clase alguna de yerros, ni maças, ni lanças, ni perros de presa. Y se prohíve la guerra y si alguno se mata con las manos dicen que ha sido sin querer y se le entierra o se le tira al río y no hay más odio ni más vengança que la habida desde siempre.

Pies de foto.
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Cuarenta años después de la Guerra del Sabo, en el mes de la segunda miel, cuando llegaron los primeros que subían el río a pasar el Sidakos, encontraron balseros que se quejaban de tener que pasar a los agostres las más de las veces sin cobrar, porque eran gente brava que estaba acostumbrada a mandar a otras gentes.

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En cuanto los vi supe que íbamos a tener problemas con ellos. Querían mandar en las dos orillas del río y no respetaban leyes que había desde tiempo inmemorial. Se pusieron a sembrar en un lugar que era un paso para el ganado y cuando mi padre y mi tío fuero a pedir explicaciones, casi los matan. Son salvajes que no saben vivir con otras naciones.

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Los válagos contaban que había agostres construyendo un poblado de muros altísimos, como no se había visto nunca.

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Toda la noche estuvo oyendo tambores y cuando amanecía, Greis vio a muchos hombres vestidos de hierro y a otros montados en caballos pintados, con plumas de buitre que colgaban de las crines.

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Hubo matanzas en otras partes del río, pero la más grande fue aquí. El agua se puso tan roja que desde entonces lo llaman la Cala Gorría. Cuando llegamos sólo había cadáveres y algún moribundo de mirada enloquecida. No se oía nada, tal vez los cuervos.

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