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domingo, 31 de mayo de 2009

GUIONES DEL CUARTO ESCALÓN PARA SERIE DOCUMENTAL. CARPETA XLIII. HACIA UNA NUEVA IDENTIDAD. DE CÓMO NACIERON LOS PRIMEROS CELTÍBEROS. VERSIÓN 3ª.



Lomé, el hijo de Ziorán, llegó corriendo al poblado dando gritos como si le hubiera picado una culebra, pero venía riendo y con algo en las manos. Fue a toda prisa a enseñárselo a su padre, el viejo miró el hallazgo y señaló al carro de Mina. Yo lo veía todo desde la fragua y no pude resistir la curiosidad, salí corriendo a ver qué había encontrado Lomé. Esperaba que fuera algo bueno para comer porque había pasado toda la mañana dando golpes a una barra de hierro.

Era una niña, una niña que acababa de nacer y chupaba de Mina con una desesperación que hacía reír a los que miraban. Y todos decían algo.

-Esa ya no se muere.
-¿No querías una hija? Pues ya tienes una hija, tres hijos y una hija. Todavía te falta otro hijo para igualar a tu madre.
-A esta niña la han mandado los dioses del río para que nos deje sin leche, mirad cómo traga.
-¿Donde has encontrado esto, Lomé? Y conociéndote como te conozco, que te he visto comer huevos que tenían dentro patos con plumas y todo, ¿Cómo es que no te has comido a la niña?

Lomé se reía y a todos pareció buen augurio encontrar a alguien con aquellas ganas de vivir. Era evidente que la niña era una niña de los agostres y que por alguna razón la habían abandonado, si ellos no la querían la criaríamos nosotros.

Desde el primer día cualquiera pudo ver que no era una niña corriente. Más que llorar de hambre parecía exigir que le dieran la comida. Era tan expresiva llorando que su madre entendía enseguida qué era lo que deseaba. No lloraba igual si quería leche o si tenía frío, tenía un llanto peculiar para pedir su piel de conejo y otro distinto para reclamar la costilla de jabalí que mordía cuando iban a salirle los dientes, también tenía un llanto para pedir mascones y otra forma de llorar para decir que quería ver a su hermano. Enseguida surgió la polémica en el poblado sobre qué idioma hablaría cuando llegase a la edad de expresarse con palabras. El pueblo estaba dividido, a partes iguales, entre los que afirmaban que siendo una agostre como era hablaría el idioma de los agostres, la otra mitad intuía que tarde o temprano aquella niña hablaría como nosotros, el idioma de las personas.

No sé que nombre le pusieron, porque la llamábamos Keltoi desde el primer día . A medida que crecía, todos estábamos de acuerdo en la suerte que había tenido Mina con aquella hija. Nunca se había visto una niña tan obediente y tan atenta con su madre, cualquiera podía asegurar que si Keltoi no estaba acarreando leña para el fuego, estaba llevando agua para los calderos o moliendo mijo a cualquier hora, y si no hacía nada de eso es que estaba peinando a su madre, o peinándose ella un melena de fuego encendido que movía con una gracia inaudita. Y un buen día, todo el mundo se quedó mirándola, porque Keltoi se había convertido en una joven de belleza perturbadora.

Tanta virtud solo podía traer problemas. Sus tres hermanos querían casarse con ella y se hubieran matado entre ellos si no habrían bajado la fiebre en el cepo, donde estuvieron a pan y agua, con la amenaza de castigos peores. Hijos de todos los reyes, hombres poderosos que tenían rebaños incontables, señores de la guerra de nombres estremecedores, traficantes que subían y bajaban el río con montañas de hierro y oro, todos querían conocer a la joven. Algunos la encontraron y ella decía a todos lo mismo.

-Seguro que tengo hermanas entre los agostres. Id y preguntad por ellas, y decidles que aquí tengo tres hermanos muy buenos, que tienen muchas vacas y muchas yeguas, y lo darían todo por encontrar una mujer de pelo rojo y piel clara.

Keltoi se casó con su hermano menor, con el que se había criado, y sus otros hermanos encontraron mujer entre los agostres. Tuvieron tantos hijos y algunos de ellos llegaron tan lejos que os puedo asegurar que con ellos nació una nueva raza de héroes.

jueves, 28 de mayo de 2009

F. J HABLA MIENTRAS CASILDA LE HACE RAYAS CON LA UÑA, MUY DESPACIO, EN EL PECHO DE LOBO.





A veces le digo a mi mujer: "Charo, ¿Cómo es posible que una hija de Arangoiti, de un barrio de obreros de esos que van a las manifestaciones con su barriga y su corta estatura, cómo es posible, Oh! Charo, que hayas salido con esas patas tan largas, esa melena, ese prodigioso tejido mamario y esa cara de chica Vogue que parece que viene de esquiar? Charo, a ti te cambiaron en la maternidad".

Cuando empezó a trabajar con nosotros mi padre hablaba mucho de ella, no hacía más que contarnos lo lista que era: "Hoy me ha dicho que tiene que salir a las cinco por las tardes, porque estudia Contabilidad en la Academia Almi. Hoy he escuchado la bronca que tenía con un cliente de su padre. Cuando termina y cuelga el teléfono me dice toda seria: Don Julio ¿A cuanto cree que está cobrando mi padre el metro cuadrado de pintura, pintura a parte? Me lo dice, le digo que es barato y salta: es que mi padre no se entera, no sé que voy a hacer con él. Ya veis, hijos, una mujer que tiene tiempo de atender a nuestra empresa , de preocuparse por la empresa de su propio padre, y ya veremos de cuantas cosas más".

Mi padre se hubiera alegrado de saber que yo iba a casarme con ella. "Es de nuestro estilo", habría dicho. Cuando ocurrió el accidente y tuvimos que ir con los abogados y Eduardo a la oficina yo estaba totalmente ido, iba flotando por los pasillos y solo podía verla a ella, cómo sacaba todos los papeles que le pedían, cómo sabía hasta el último detalle de las cuentas. Ella allí en medio de todos y yo mirándola como un bobo. Todavía estaba impresionado por el funeral, por los que habían venido llorando a decirme que eran amigos. "Yo no supe lo qué eran mil duros hasta que conocí a tu padre", me dijo alguien que no sabía ni quien era y debía ser verdad. Todos en ese plan.

Yo creía que ella estaba enamorada de mi hermano, porque mi hermano era un guaperas. Mi hermano y el pequeño de los Mallagaray han sido siempre muy guapos, en cambio, los mayores eramos más pasmaos y más vagos a la hora de la limpieza. Cuando mi padre nos llevaba a limpiar pisos siempre aparecía un guarda bastante borrachuzo que teníamos, el Lejía, y solía decir: "Sin novedad en la obra, don Julio". Mi padre nos daba unos rollos de estropajo gigantes, como no he vuelto a ver en la vida y J.J con el pequeño Mallagaray empezaban por una mano, y Mallagaray el mayor y yo íbamos por la otra. Acabábamos un piso y bajábamos al siguiente. Mi padre nos contaba algún cuento para que nos picáramos entre nosotros y los pequeños caían en la trampa como tontos, terminaban con las manos destrozadas de frotar. Pero qué contentos estaban de ganarnos siempre. Por eso creía que mi hermano me iba a ganar también esta vez y se iba a llevar a Charo. Yo estaba convencido de que ella le quería a él hasta que fuimos a ver un local que teníamos vacío, porque queríamos montar una sala de fiestas por todo lo alto y ellos iban diciendo donde tenía que hacerse el mostrador, donde tenía que construirse un escenario, qué tipo de clientes había que buscar, a qué café de Madrid teníamos que copiar...en fin, ellos lo organizaban todo hasta que en un momento dado me preguntan a mi, yo les digo que me daba igual y entonces me miran furiosos los dos a la vez: "Tú eres el hermano mayor y tienes que tomar decisiones". No sé porqué, ahí supe que los dos me apreciaban y que Charo quería casarse conmigo.

Pero cuando estábamos en la oficina mirando los papeles con Eduardo, todavía no había pasado nada de eso y yo no podía imaginar que ella me quería a mi. Yo estaba ausente, mirándola a ella y mirando a mi hermano. Eramos tan jóvenes y ellos hacían tan buena pareja, y los dos tan espabilados. Yo ni me enteré, porque yo ese día no me enteraba de nada, pero J.J se dio cuenta enseguida: "¿Qué es esto?" Era una escritura. Charo puso cara de ver aquello por primera vez.

- Es una escritura, dijo Eduardo.
- ¿Y desde cuando tenemos un piso en Gran Vía?, preguntó mi hermano.

Pues teníamos un piso en la Gran Vía de Bilbao y teníamos muchas ganas de ir a verlo. Eduardo sabía algo, mi hermano leía en diagonal y aparecían por allí trescientos metros cuadrados de piso y lo ponía todo bien claro. Un señor piso, y era todo nuestro.

- En esa casa vive una mujer, dijo Eduardo nervioso, una mujer mayor.

Nadie quiso decir nada en ese momento. Cuando pasaron unos días, J.J me dijo que debíamos ir los dos y fuimos los dos. Era lo normal. Mi hermano ha tomado siempre la iniciativa, es más guapo que yo y más despierto, él iba por delante, abría las puertas y pulsó el botón del ascensor. Cuando íbamos subiendo, murmuró entre dientes, porque mi hermano ha sido siempre muy ocurrente.

-Tercer misterio. Los hijos de Julio Cesar Amieva visitan a la querida de su padre. Hay que joderse.

sábado, 23 de mayo de 2009

JAVIER ERCILLA CUENTA A SU PUPILO, EX-ALUMNO, SOCIO Y AMIGO F. J AMIEVA ALGUNOS PORMENORES DE LA ÚLTIMA TENIDA, MIENTRAS F. J NAVEGA POR INTERNET.

El caso es que no lo encuentran, y no veas qué preocupación tienen algunos: no encuentran al padre fundador de la secta y no lo encuentran porque llevan años sin hacerle ni caso y ahora se han dado cuenta de que ha desaparecido. En realidad no le han hecho caso nunca y nunca ha pintado lo más mínimo, pero fue el que dió a la tecla que puso en marcha el invento y ahora resulta que nadie sabe donde está, ni si está muerto o si está vivo. Menudo fuste.

Estuvieron hablando algunos que lo conocen y tuvieron algún trato con él, dicen que era un hombre bastante raro, que estaba algo tocado, incluso. Suponen que era ingeniero de Iberduero y estaba convencido de que le iban a poner a dirigir Lemóniz. Eso es lo que dicen. También estaba muy metido en política, por lo visto. Alguno de la cuadrilla andaba de acá para allá con los huesos de Sabino metidos en un saco de Yute y el resto acompañaba a la procesión como si fuesen las reliquias de San Amaro. Gente bastante convencida. El secuestro de Ryan le resquebrajó las convicciones y al parecer, agravó su precaria salud mental. Al principio creyó que aquello era un error y en cualquier caso, él se encargaría de resolver el asunto, porque él conocía a mucha gente influyente.

Habló con unos y con otros, estuvo hablando hasta con los secuestradores, según parece y comprobó algo terrible: vio con total claridad que su influencia era nula, que era un don nadie en las altas esferas de la Política, la Empresa, la Universidad, la Banca y la Prensa. El hecho de comprobar que era un hombre irrelevante fue un golpe tremendo para su autoestima, se vió sumido en una profunda depresión y abandonó el Bachoqui de Deusto haciendo una pintada con un rotulador en el vater: "Me marcho de aquí, porque el único referéndum que me interesa es uno donde pueda votar SI a Lemóniz". También dejó el trabajo, era rico de familia y no tenía hijos, no necesitaba ir a una oficina donde le hacían el vacío desde que había propuesto una respuesta a los terroristas que sus superiores calificaron de "extravagante", "ilegal" y "poco adecuada". Estaba muy alterado.

No se ponen de acuerdo en si su mujer lo dejó. Unos decían que sí, pero otro aseguraba que de vez en cuando le pasaba una bandeja con comida por una gatera que un carpintero de Zalla había hecho en la puerta de su habitación, donde se recluyó para leer una literatura infame, que devoraba de forma compulsiva: historias de templarios y rosacruces, sociedades secretas que movían el mundo desde el tiempo de los fenicios, organizaciones fraternales de diversa índole, colegiadas y sin colegiar. Trató de convencer a algunos compañeros del Colegio y de la Facultad para organizar algún tinglado al servicio de la comunidad, pero las respuestas que recibió no pudieron ser más frias. Por lo visto, no era un hombre muy popular, ni con capacidad de liderazgo.

Lejos de rendirse, siguió profundizando en su obsesión y una mañana amaneció afeitado y con un traje impoluto, caminó con paso firme y decidido desde su domicilio en Jon Arróspide hasta el barrio de Zurbaran -dos o tres kilómetros- y pasó la mañana preguntando a ver donde se encontraba, exactamente, el caserío de Larrazábal. Repitió la experiencia varios días y le tuvieron dando vueltas entre Begoña y Santuchu hasta que le aseguraron, sin ninguna duda, que el caserío Larrazábal, con su sidrería, se encontraba justo donde habían construido cuatro bloques de pisos que habían cambiado, definitivamente, el paisaje. A partir de ese momento se le vio charlando amigablemente con los vecinos, preguntaba por las lonjas vacías y nadie notó nada raro en aquel hombre de modales correctísimos. Estaba buscando un local para hacer un choco.

jueves, 21 de mayo de 2009

DE LOS ORIGENES DEL CONFLICTO. GUIONES DEL CUARTO ESCALÓN PARA SERIE DOCUMENTAL. CARPETA LVII, FOLIO nº 1 , SIN TÍTULO.



Has salido de casa el peor día del invierno ¿Ya tienes bastantes pieles para pagar a los balseros que te crucen los ríos? No necesitas más que tres caballos y un montón de berrendos. Estás seguro, no quieres llevar ni a un solo perro, conoces cada piedra y cada rama del camino. Vas despacio, porque el viaje es largo, cuando amanece subes a la colina donde tu madre te ha llevado más de cien veces y ves la ciudad imponente al otro lado del río, con más de mil hogares encendidos y los verracos protectores en las puertas cubiertos de nieve. Tu madre te lo decía siempre.

-Mira, Sicho, allí naciste tú, detrás de aquella ventana, la ventana más alta de Cala Gorría, donde ahora vive Bezán, el que mató a tu padre. Prometeme que algún día tú le matarás a él, porque si no, hijo mío, tu vida no habrá servido de nada.

Para algunos eres rey y para otros un cazador de alimañas, los hombres te respetan porque eres rápido, lo mismo a pie que a caballo es difícil cogerte y tienes fama de ser letal con los yerros, la gente cuenta que has matado más de mil lobos, que ves los corazones debajo de la piel y sabes partirlos de un solo golpe. Saber que Roma era una loba fue tu mayor inspiración, has visto cómo se entrenan esos soldados y sabes que tarde o temprano subirán por el río y no habrá forma de detenerlos. Desde entonces dices, al que quiera escucharte, que es mejor mantener a una loba vieja que dar de comer a tantos jabalíes rabiosos.

Cuando te vas acercando al campamento el río es ancho como el mar, te encuentras con gente que conoció a tu padre y dicen que era un buen rey, son amigos, quieren acompañarte y te dicen con quien tienes que hablar.

-Mi general, en la puerta de la empalizada hay un trampero que quiere hablar con usted desde hace dos días, los nativos vienen a saludarle y se quedan con él para hacerle compañía, parece un hombre inquietante.

miércoles, 20 de mayo de 2009

F.J AGUIRRE DESCUBRE COMO ENCONTRÓ EL SENTIDO DE SU VIDA, CUANDO NO SABE SI KARMELE ESTÁ DORMIDA O DESPIERTA.



Qué bocadillos hacía cuando tenía veinte años, niña. Mi hermano y yo comíamos como vacas, sobre todo yo, que era muy nervioso. Menos mal que me diagnosticaron pronto la hiper actividad, porque así me matricularon en la academia de Kendo y desde entonces me divierto dando golpes con una caña de bambú. Venía de la Universidad para coger la bolsa de deportes y me hacía un bocadillo de una barra entera, enterita, con medio kilo de chorizo picante y me lo comía sin salir de la cocina, para no tirar migas.

Mi madre siempre estaba hablando por teléfono. Mi madre nunca ha tenido vida propia porque solo vive para su familia, por eso hablaba tanto por teléfono, porque la mayor parte de la familia estaba a quinientos kilómetros. Ella hablaba con alguno del pueblo y yo comía de pie, frente al calendario que estaba encima de la mesa, como una trituradora de veinte años, mirando sin ver las fechas donde estaban apuntadas las bodas, los cumpleaños o los bautizos de algún primo lejano. Yo comía y ella decía.

-Jesús, ya sabes... no sale de la fábrica, allí pasa las horas.

Y le notaba una especial satisfacción cuando hablaba de sus hijos. Qué orgullosa ha estado siempre de nosotros.

-Al pequeño le vemos más para el negocio, es que ha salido al padre y le gusta mucho el taller. Al mayor le va más la Universidad, dice que quiere ser catedrático, pero ya veremos.

Casi me atraganto con el bocadillo. Fue como encontrar algo que había estado buscando todo el tiempo. Allí estaba. Había descubierto lo que quería hacer el resto de mi vida, la vocación de la que tanto habíamos hablado a la hora de la cena, cuando papá contaba como se fabrica una esfera de acero perfecta y mi hermano contaba el chiste familiar que hace de mí un incomprensible estudiante de matemáticas.

-Mira mamá, por si te preguntan las vecinas, yo estudio Ciencias Económicas y Empresariales. Eso está muy bien porque así algún día podré haceros a todos la declaración de la renta y me enseñan a llevar una empresa -cosa de la que vosotros no tenéis ni idea- En cambio, Pachi estudia matemáticas, y yo no digo que las matemáticas no sean importantes, porque hay que saber matemáticas para que no te engañen en la cuentas ¿Pero cinco años? Anda, mamá, preguntale a Pachi para qué valen todas esas tonterías que estudia si ya sabe sumar, multiplicar y dividir.

Y entonces mi madre, mi inocente madre me miraba con la esperanza de que yo fuese más ingenioso que mi hermano y con el temor de que hubiera algo de cierto en todo aquello.

-Nunca nos has dicho qué piensas hacer cuando acabes la carrera. Podía decir mamá, y yo no tenía ganas de confesar que a mi no me gustaba estudiar, que había elegido aquello porque a mi las matemáticas se me dan bien, pero no podía pasar cinco minutos sentado y no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida, ni me importaba. Por eso podía contestar cualquier tontería, como que me iba a dedicar a la investigación para inventar un teorema mientras mi hermano estaría trabajando para darme la mitad de las ganancias, porque la empresa también era mía. Podía contestar cualquier cosa, que haría oposiciones y sería catedrático era una de las respuestas que más le gustaban.

Quizá me quité un peso de encima cuando supe que iba a dedicar el resto de mi vida a la venganza, lo cierto es que lo vi con toda claridad, como una verdad revelada. Me dedicaría a vengar lo que le hicieron a mi padre,lo que le hicieron a nuestra familia, sería implacable con la espada, porque había elegido el camino de la espada. Lo vi con toda claridad, tenía que vengarme de los que nos echaron del pueblo, de los que quemaron las puertas del taller de Matiena y no nos dejaban comprar en la carnicería. Se iban a enterar. Limpié las migas de la mesa y salí de casa con la bolsa como un huracán.

martes, 19 de mayo de 2009

BREVE ANÉCDOTA DE LA JEFA DE ENCUESTADORES QUE HA CONTADO VARIAS VECES, CON ALGUNAS VARIANTES, EN LAS TENIDAS DEL CUARTO ESCALÓN.




Casilda Recagorri tuvo su primera experiencia sexual, propiamente dicha, en la tienda de deportes de un macro centro comercial de Baracaldo. Había ido con unas amigas a comprar ropa para la nieve y mientras ellas se probaban unas botas, Casilda se puso a deambular por el enorme recinto sin ningún objetivo definido. Iba distraida en sus cavilaciones cuando entró, sin darse cuenta, en el departamento de equitación y se encontró frente a un enorme expositor de fustas. Casilda sintió la perplejidad que hubiera experimentado frente a una nave extraterrestre.

Tardó en reaccionar. Jamás había estado cerca de uno de aquellos artefactos, los había visto fugazmente en televisión y se había fijado en el uso intensivo que hacían de ellas los jinetes cuando se acercaban a la meta. Por lo demás, nunca le habían interesado los caballos ni nada relacionado con ese mundo. Alargó la mano derecha y como si estuviera oficiando una ceremonia, agarró con fuerza una de las fustas más largas, era de color negro satinado y terminaba en una lengüeta de cuero. Sintió su mango estriado, la miró fijamente y con el brazo extendido la agitó en el aire. La fusta ululaba con su silbido característico. Era emocionante.

Sin pretenderlo, por puro azar, Casilda adoptó una postura firme, marcial, al tiempo que se golpeaba ligeramente la pantorrilla con aquel artilugio sofisticado. Fue en ese preciso instante cuando Casilda sintió un furor incontenible que nacía en la parte más íntima de su ser y se extendía por todo su cuerpo en un cataclismo de ondas concéntricas. Por unos segundos perdió la noción del tiempo. Sus amigas la encontraron mirando la fusta con el gesto inconfundible de los fanáticos, mientras hacía los movimientos precisos para cortar el aire con aquel zumbido hipnótico.

-Casilda ¿Qué te pasa? Le preguntaron alarmadas.

-Nada, contestó ella sin apartar la mirada de aquel increíble descubrimiento, creo que voy a comprar este chisme.

martes, 12 de mayo de 2009

HABLA J. J



Los socios de mi padre eran tres, el primero fue Eduardo. Se conocieron en Garellano, eran compañeros de litera. Desde el principio sintieron que eran almas complementarias, no se parecían en nada y se llevaban muy bien. Mi padre, que era un chico de pueblo asustado, sentía fascinación por la capacidad de Eduardo para buscarse toda clase de problemas, por cualquier motivo y continuamente. Eduardo era hijo de una familia de ricos venidos a menos, de aquellas familias que se habían confundido de bando en la guerra y luego se habían equivocado en todo lo demás. Pero el que tuvo retuvo y Eduardo era el único recluta que iba al cuartel en su propio automóvil, imagínate, un coche en aquellos tiempos. La familia de Eduardo debió notar enseguida la beneficiosa influencia de mi padre en aquel hijo descarriado y desde el primer momento le trataron con mucho cariño, cuando tenían permiso iban juntos a comer a su casa de Las Arenas y luego se iban a bailar a Sondica, a Deusto o donde hubiese música. Eran jóvenes y la vida era una fiesta.
Antes de acabar la mili ya tenían el negocio montado. Eduardo tenía que buscar, entre las familias de clase bien que conocía, gente que quisiera hacer reformas en la casa. Entonces iba mi padre y hacía un presupuesto, daba igual que fuesen trabajos de pintura, electricidad o albañilería, a mi padre todo se le daba bien, al fin y al cabo era el trabajo que siempre había visto hacer a mi abuelo y lo había mamado, si no llegaba a hacer algo siempre sabía a quien recurrir y como hablar con los profesionales. Antes de que se dieran cuenta tenían una empresa con más de cien empleados y estaban haciendo pisos que se vendían sobre plano de forma instantánea, eran los años sesenta. Entonces mi padre vió que necesitaba dos hombres de confianza que le ayudaran y los encontró poniendo baldosas en una obra, iban a destajo y trabajaban como máquinas, José Mallagaray y Antonio Navarro, parecían hermanos y eran fanáticos del mus, unos tramposos de marca: se pasaban las señas con el puro, con la boina, de cualquier manera, el caso es que siempre sabían qué cartas tenía el otro.
Mallagaray y Navarro nunca entendieron qué pintaba Eduardo en aquella empresa y Eduardo no los tragaba. El que tenía las ideas claras y dirigía el asunto era mi padre. Todos los domingos solíamos quedar en el chalé de Eduardo a comer y los cuatro socios echaban partida tras partida mientras hablaban de lo que había que hacer esa semana. Mi padre explicaba detalladamente a cada uno lo que tenía que hacer y los otros se iban calentando a medida que avanzaba la tarde. Lo normal era que Eduardo terminara cabreadísimo y diciendo: "Esto me pasa por jugar al mus con maquetos", Mallagaray y Navarro se morían de risa y mi padre tenía que poner orden para seguir hablando del trabajo. Cuando la comida del domingo se celebraba en nuestra casa, Eduardo venía muy pronto con su mujer y su hija. Lo recuerdo perféctamente, siempre con bolsas cargadas de botellas que tintineaban mientras las llevaba a la nevera. Y recuerdo una frase que decía, al menos yo le recuerdo siempre diciendo aquello, entraba muy contento con sus botellas tintineantes y mientras iba a la nevera le gritaba a mi padre: "Adivina quien vende la chabola".

domingo, 10 de mayo de 2009

HABLA MABEL

Siete años he estado viviendo con él. Siete años perdidos. Crees que en siete llegas a conocer a un hombre, pero un día te das cuenta de que no le conoces y todo el mundo que has construido se derrumba y no sabes qué hacer, ni que pensar, ni a donde ir. Porque me echó de su casa y yo me quedé como estaba hacía siete años, vuelta a empezar, pero con siete años más.
Nunca sospeché que me odiara tanto y que tuviera la sensación de que su vida era un fracaso por mi culpa, pero me lo dijo bien claro. Yo sentía que éramos una pareja normal, incluso tenía motivos para pensar que éramos una pareja extraordinaria, pero estaba totalmente equivocada y no sospeché nada hasta que llegó la catástrofe.
Fue un viernes por la tarde, yo le esperaba en casa para cenar y él se presentó con un par de copas de más y con una chica, que había encontrado en el garage, a la que habían dado una paliza. Y va y me dice: "Mira Mabel, está malita y tenemos que curarle la patita". Y yo le digo: "Pero qué estás haciendo, Juan ¿No te das cuenta de que hay que llevar a esta mujer al Hospital?"
Se puso como loco. Alguna vez le había visto así, muy pocas veces, la verdad. En esos momentos no soporta que le lleven la contraria. Estampó el teléfono contra la pared y supe que iba en serio, que le había dado el cuarto de hora cuando bebe y en vez de dormir se pone violento.
Y yo: "¿Qué quieres que haga?" Y él: "Que prepares la bañera porque esta señorita va a darse un baño y la vamos a tratar como a una reina". Mientras corría el agua oí que decía: "Creo que no tiene nada roto", y no hacía más que sobarla. Ni siquiera recuerdo qué dije para que se pusiera como se puso. He pensado mucho en ello y quizá fue por todo lo que dije y por todo lo que hice o no hice en los últimos siete años. Era que no le estaba dando la vida que él quería, era eso. Por no habernos casado, por no haber querido tener hijos, era eso. Seguro que era eso. He pensado tanto en ello que me voy a volver loca.