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miércoles, 20 de mayo de 2009

F.J AGUIRRE DESCUBRE COMO ENCONTRÓ EL SENTIDO DE SU VIDA, CUANDO NO SABE SI KARMELE ESTÁ DORMIDA O DESPIERTA.



Qué bocadillos hacía cuando tenía veinte años, niña. Mi hermano y yo comíamos como vacas, sobre todo yo, que era muy nervioso. Menos mal que me diagnosticaron pronto la hiper actividad, porque así me matricularon en la academia de Kendo y desde entonces me divierto dando golpes con una caña de bambú. Venía de la Universidad para coger la bolsa de deportes y me hacía un bocadillo de una barra entera, enterita, con medio kilo de chorizo picante y me lo comía sin salir de la cocina, para no tirar migas.

Mi madre siempre estaba hablando por teléfono. Mi madre nunca ha tenido vida propia porque solo vive para su familia, por eso hablaba tanto por teléfono, porque la mayor parte de la familia estaba a quinientos kilómetros. Ella hablaba con alguno del pueblo y yo comía de pie, frente al calendario que estaba encima de la mesa, como una trituradora de veinte años, mirando sin ver las fechas donde estaban apuntadas las bodas, los cumpleaños o los bautizos de algún primo lejano. Yo comía y ella decía.

-Jesús, ya sabes... no sale de la fábrica, allí pasa las horas.

Y le notaba una especial satisfacción cuando hablaba de sus hijos. Qué orgullosa ha estado siempre de nosotros.

-Al pequeño le vemos más para el negocio, es que ha salido al padre y le gusta mucho el taller. Al mayor le va más la Universidad, dice que quiere ser catedrático, pero ya veremos.

Casi me atraganto con el bocadillo. Fue como encontrar algo que había estado buscando todo el tiempo. Allí estaba. Había descubierto lo que quería hacer el resto de mi vida, la vocación de la que tanto habíamos hablado a la hora de la cena, cuando papá contaba como se fabrica una esfera de acero perfecta y mi hermano contaba el chiste familiar que hace de mí un incomprensible estudiante de matemáticas.

-Mira mamá, por si te preguntan las vecinas, yo estudio Ciencias Económicas y Empresariales. Eso está muy bien porque así algún día podré haceros a todos la declaración de la renta y me enseñan a llevar una empresa -cosa de la que vosotros no tenéis ni idea- En cambio, Pachi estudia matemáticas, y yo no digo que las matemáticas no sean importantes, porque hay que saber matemáticas para que no te engañen en la cuentas ¿Pero cinco años? Anda, mamá, preguntale a Pachi para qué valen todas esas tonterías que estudia si ya sabe sumar, multiplicar y dividir.

Y entonces mi madre, mi inocente madre me miraba con la esperanza de que yo fuese más ingenioso que mi hermano y con el temor de que hubiera algo de cierto en todo aquello.

-Nunca nos has dicho qué piensas hacer cuando acabes la carrera. Podía decir mamá, y yo no tenía ganas de confesar que a mi no me gustaba estudiar, que había elegido aquello porque a mi las matemáticas se me dan bien, pero no podía pasar cinco minutos sentado y no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida, ni me importaba. Por eso podía contestar cualquier tontería, como que me iba a dedicar a la investigación para inventar un teorema mientras mi hermano estaría trabajando para darme la mitad de las ganancias, porque la empresa también era mía. Podía contestar cualquier cosa, que haría oposiciones y sería catedrático era una de las respuestas que más le gustaban.

Quizá me quité un peso de encima cuando supe que iba a dedicar el resto de mi vida a la venganza, lo cierto es que lo vi con toda claridad, como una verdad revelada. Me dedicaría a vengar lo que le hicieron a mi padre,lo que le hicieron a nuestra familia, sería implacable con la espada, porque había elegido el camino de la espada. Lo vi con toda claridad, tenía que vengarme de los que nos echaron del pueblo, de los que quemaron las puertas del taller de Matiena y no nos dejaban comprar en la carnicería. Se iban a enterar. Limpié las migas de la mesa y salí de casa con la bolsa como un huracán.

6 comentarios:

  1. Una vez bajando el puerto de Urquiola paré en un pequeño pueblo, Ochandiano. Busqué un restaurante y me recomendaron uno delante del frontón del pueblo; una casa regentada por una señora muy amable que nos explicó sus simpatías por los catalanes, y su hijo que servía las mesas. Pedí agua para beber y el muchacho nos sirvió una jarra de agua medio ferruginosa de alguna fuente del pueblo. Después de zamparme un chuletón de medio kilo y una sopa de pescado, salí a dar una vuelta por la localidad: las fotos de los presos de ETA adornaban las casas, con nombres y apellidos.

    Prometí no volver más, a pesar de la buena comida. Han pasado ya más de 15 años.

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  2. Enhorabuena por el blog. Los títulos de las historias ya son un relato en si.

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  3. Enhorabuena D. Uncle.

    Tiene en mí a un nuevo y contumaz lector .

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  4. Ayer por la noche, harto de la dieta, y teniendo grabado en el cerebro con letras de fuego las primeras líneas de este relato, me zampé, tras 14 días de ensaladas, un bocadillo de medio metro de pan rústico, con tomate y aceite de oliva virgen, bien relleno de ese chorizo de bellota picante que sólo encuentro en la charcutería de El Corte Inglés de Francesc Maciá (antes plaza de Calvo Sotelo). Qué grande.

    Y las dos copas de Tentudia, ese prodigio de la Tierra de Barro, para trasegar tanto pan, fueron gloria.

    Miel sobre hojuelas.

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  5. Un escritor se forja leyendo y escribiendo. Ignoro como deben ser sus lecturas pero sus ejercicios-cuerdas tienen una vitalidad que ya querrien para sí un buen montón de escribidores profesionales. Gracias por dejarnos saborearlas, Chippewa.

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