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sábado, 27 de junio de 2009

AMPARO Y PATXI LEKAROZ.

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Amparo, la Manchega, hizo una señal a la Dori para que no cobrara a los dos hombres de la barra. Se acercó a ellos y dio un par de besos al más bajo de los dos, el otro parecía estar al margen del asunto. El hombre bajo y bien trajeado sonreía mientras charlaba con Amparo, sacó una fotografía del bolsillo de la chaqueta y se la dio a la mujer que parecía preocupada, a punto de llorar.

-Fíjate, le dijo el hombre, la bicicleta es casi más grande que él. Aprendió a andar enseguida, se ve que es un chico muy espabilado.

Amparo no pudo evitar un mar de lágrimas. La Dori le dio una bayeta limpia y sin dejar de llorar como una Magdalena se sentó en el reservado acompañada por el hombre.

-Ha venido un cura nuevo al pueblo y dice que tiene que hacer la comunión como los otros chavales.

Amparo tuvo un hijo natural con un señorito falangista que le prometió el oro y el moro. Al final, tuvo que irse del pueblo porque entre el cura y las beatas consiguieron hacerle el aire irrespirable. No supo defenderse, le faltaron recursos y valor, y le sobraba confusión y atolondramiento juvenil. Lo mejor fue poner tierra de por medio, llegó al Gato Negro como la víctima de un naufragio, con una maleta y un papel arrugado donde estaban escritas unas señas. Resulta que la encargada era de un pueblo cercano al suyo y enseguida la puso al día, le enseñó a fumar y a beber mosto Palacios con cierto estilo.

-Mira, rica, tienes dos opciones. Una: ponerte a fregar escaleras y a limpiar palanganas. Dos: ponerte a trabajar conmigo y hacer todo lo que yo te diga. Calculo que con una cara como la tuya puedes sacar en un sábado, sólo en bebidas, más que en un mes jodiéndote las rodillas en la limpieza. Ya irás aprendiendo poco a poco. Esto asusta mucho al principio, pero ya verás que al final no haces más que lo que harías con tu marido, con la diferencia de que aquí pagan, y con el desgraciado de tu marido tienes que aguantar el doble y encima no ves una peseta ¿Me vas captando?

Amparo se despidió de los dos hombres, el bajito del traje le dio otro par de besos y salió del local con el aire de los que están convencidos de haber triunfado en la vida, el más alto la saludó inclinando la cabeza y siguió al del traje. Hasta los niños más pequeños del barrio de San Francisco sabían que eran policías, el más alto acababa de tener un hijo y se había comprado un piso en Santuchu. Nadie podía pensar en aquel momento que quince años después una bomba le partiría por la mitad al arrancar el coche.

Amparo no tuvo ganas de trabajar ese día, era viernes. Estuvo toda la tarde llorando y mirando por la ventana de su habitación de la calle Cortes. En la televisión echaban el entierro de Franco y en la calle el ambiente era de euforia. Si un viernes normal se vendían cien cajas de champán, ese viernes se venderían mil cajas porque existía la convicción general de que venían tiempos mejores y había que hacer como que se estaba muy contento. Esa noche fue de las que se amarraban con gomas los fajos de billetes y se amontonaban como si fueran ladrillos de adobe. Pero Amparo no trabajó ni ese día ni esa noche. Sólo miraba por la ventana y lloraba. Miraba a las cuadrillas de trabajadores de la Naval, de Euskalduna, de Altos Hornos y no podía quitarse de la cabeza la imagen del niño de la bicicleta que iba a hacer la primera comunión y ella no estaría allí para verlo. Decidió que no saldría de la habitación hasta que llegara Patxi, Patxi era de la parte de Alsasua y había confundido el burdel con una pensión y a Amparo con una novia a la que podía llevar ropa para lavar. Patxi tenía un camión que aparcaba en la zona de San Adrián y se iba a casa de Amparo para ducharse y coger ropa limpia. Podía estar jugando hasta las tantas en el Casco Viejo y solía amanecer la mañana del domingo hablando con Amparo, que se hacía la dormida mientras escuchaba.

-El martes pasé cerca de tu pueblo y paré en una fábrica de quesos, tengo tres en el camión, luego te los traigo para que le den ambiente a la casa. Estoy buscando una bodega en aquella zona donde se puedan hacer quesos y guardarlos un año hasta que cojan toda la fuerza. Mi madre nos enseñó a hacer quesos a mi hermana y a mi. Nunca me gustó el ganado, pero hacer quesos era distinto. Cada día podían salir de una manera, si había tormenta seguro que salían mal y se llenaban de ojos.

A Patxi le dejó una novia después de un montón de años de relaciones y eso le afectó mucho. Se sacó el carné de primera y estuvo trabajando en una empresa de transportes hasta que compró el Pegaso y se puso por su cuenta. Ya casi no va por el pueblo porque su hermana se ha casado con un buen chaval y él no tiene por qué ir allí a decirles cómo tienen que hacer las cosas. Sólo piensa en comprar una bodega que tenga todo el año la misma temperatura para fabricar quesos de categoría. Amparo sabe que Patxi quiere enredarla, ha oído la historia de los quesos unas cuantas veces y no le convence.

-Ni loca vuelvo yo a un pueblo de esos. Tú no los conoces, son gente mala. A mi me gusta esta ciudad y de momento no pienso marchar de aquí. Ya compraremos la bodega si las cosas se tuercen, compraremos veinte bodegas si quieres, no valen nada.

Patxi se durmió aquel día pensando que Amparo hablaba con él como si estuvieran casados.

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1 comentario:

  1. Es una historia triste casi, casi de entreguerras, aunque sea del 75. Parece todo tan lejano y no ha pasado tanto tiempo. Entre aquella España del 75 y esta Expaña de 2009 hay tanta diferencia que parece que estamos hablando de 2 siglos atrás. Entre la vida torcida por un error de las Amparos de entonces y las vidas torcidas por otro error de las victimas de Bibíana Aído de ahora. Y se creen las de ahora que lo suyo será mejor, que no dolerá y al final llorarán tanto o más que las Amparos de entonces.

    Entonces del error salían hacia la vida y con la vida. Ahora del error salen con la muerte. Ese es uno de los mayores cambios entre las dos fechas señaladas.

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