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sábado, 13 de junio de 2009

HABLA FLORIÁN.

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La verdad es que no sé qué le dicen hoy los padres a los hijos. Sé lo que mi padre me dijo a mi y se me quedó grabado para los restos. Mi padre, un hombre con cinco hijos que se iban poco a poco de casa. Cuando llegó la hora de que me fuera yo me cogió muy fuerte del brazo y me dijo: "Que no te tengan que mirar a las manos". Eso es, que a un hijo de mi padre le miren a la cara porque no haya necesidad de vigilar a un chorizo. No es mal consejo, no señor. Yo nunca he tenido inclinación por el delito -ya ve usted, con tres hermanos policías- y si lo hubiera tenido ahí estaría el consejo de mi padre para recordarme cómo hay que conducirse. ¿Qué más podía dejarme el hombre?, si no sacaba ni para comprar la picadura. Pues me dejó dos manos, una cabeza y un buen consejo, sí señor.

Cuando bajé del tren lo primero que hice fue ir a la oficina, a las señas que tenía apuntadas en un papel. Estaba justo al lado de la estación y no tuve que andar mucho. Llego allí y pregunto por don Julio.

-Ahora no está, vendrá a la tarde a última hora, a eso de las siete.

-Pues hasta la tarde.

Y me fui a dar una vuelta por esta ciudad, que entonces me parecía inmensa. Olía el mar, sabía que estaba cerca y lo olía. Algún día iré a verlo, pensaba. Comí no sé donde y me quedé mirando cómo descargaban plátanos de un barco. Me parecía todo tan distinto y tan grande. Me tiré no sé cuantas horas mirando los barcos. Vi como cargaban vacas metidas en contenedores. Yo, que había visto tantas vacas, nunca las había visto metidas en unas jaulas como aquellas. Se me pasó el tiempo volando y para cuando me di cuenta ya era la hora de ir a ver a don Julio. Ya ve usted como encuentra uno el trabajo para toda la vida: soy fulano de tal y vengo de parte de uno que me ha dicho que a lo mejor les hacía falta gente para la obra, yo podría trabajar de peón pero creo que se me da mejor la mecánica y podría, a lo mejor, manejar la grúa. Yo le desmonto una moto y luego se la vuelvo a montar y hace mejor ruido que antes, por eso le digo lo de la grúa.

No me dejó hablar más: tú mañana a las siete estás en tal sitio y preguntas por tal y tal que él te busca tajo en lo que haga más falta. Y me dio la mano y nos apretamos la mano los dos como hacen los hombres que se miran a la cara. Y así entré a trabajar con la familia, de esto hace ya más de treinta años.

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